domingo, 13 de febrero de 2011

Escuchando a Beethoven


Hay un navegante, está perdido en medio del mar, cuanto más rema hacia la orilla más se aleja de ella, está completamente solo, su única compañía son las nubes, el cielo y el mar. No sabe cómo llegó hasta allí él sólo quería ir en busca de peces que le pudieran servir de alimento para él y toda su familia.

Salió muy temprano en la mañana, alistó todas las herramientas necesarias para ir de pesca, la atarraya, un balde, un cuchillo, unos panes y su pequeña lancha. Eran las 4 de la mañana cuando salía de su hogar en donde lo esperaban su esposa y 5 hijos, era por ellos que se esforzaba cada día en su trabajo para darles a lo mejor. Subió a su medio de transporte y empezó a remar cuando ya se sintió en las profundidades decidió lanzar trozos de pan para que los peces se acercasen y cuando agudizó sus ojos vio que debajo de la lancha había cientos de animales acuáticos, estiró la atarraya sobre la mar enseguida atrapó varios y los tiró sobre su lancha, algunos pudo echarlos en el balde otros se resbalaron y volvieron a caer al agua salada. De repente miro a su alrededor el día no estaba claro, estaba bastante gris, parecía que fuese a llover durísimo, sin embargo, el navegante pensó que aún le quedaba tiempo suficiente para buscar más comida y se dispuso a remar más hacia el interior del mar, remó hasta sólo sentir el sonido de la vida marina, cada movimiento de brazo que hacía lo llevaba hasta la profundidad, sintió el viento helado sobre su rostro, pensó que debería devolverse entonces dejó de remar pero la lancha no se detenía seguía avanzando como si hubiera unos brazos y un remo invisible que lo seguían impulsando hacia el piélago.

Por un momento se sintió temeroso porque pensó que nunca más regresaría a casa, no obstante, dijo para sí mismo: Llevo toda mi vida haciendo la misma labor y siempre he retornado a casa, esta no será la excepción. Esperó si la lancha se detenía pero no lo hizo, mientras esperaba se concentró en los colores que observaba, el día se tornó colorido apareció un hermoso sol que le quitó el frío inmediatamente, se tranquilizó pues pensó que ya no llovería y que tenía aún tiempo suficiente para regresar. Miraba el agua y los animales, sintió calor, entonces, se lanzó al mar, se refrescó, nadó, se ejercitó, jugó con los coloridos peces que estaban cerca y todo se tornó maravilloso.

En seguida, se dio cuenta que algo le hacía falta, sacó la cabeza de la superficie y no vio su lancha, empezó a buscarla, nadó metros hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia el frente y hacía atrás y por ningún lado se veían rastros de su lancha. Se angustió, pero pensó que si se movía podría alejarse más de la lancha entonces decidió nuevamente esperar, quedarse quieto para tratar de verla. No lo logró, la lancha había desaparecido, estaba completamente indefenso y perdido en medio del mundo marino. Nadando sería mucho más difícil regresar, pensó. Sintió hambre, ya no tenía ni pan ni cuchillo ni peces ni su medio de transporte. Se quedó un buen tiempo pensando, empezó a ver cómo el sol cambiaba de color primero naranja, luego rojo, rosado, morado y no podía creer que fuera un hombre tan diminuto. Se comparó con la estrella solar, con el mar, con el cielo y se sintió completamente insignificante. No encontró salida a ese momento, pensó en su esposa y sus hijos y en cómo subsistirían sin él.

Pasó bastante tiempo en contemplación hasta cuando el único color que lo acompañaba era el negro y la única sensación que tenía era el frío de la noche. Nada mejor podía pasar que apareciera del fondo del mar una ballena o tiburón mil veces más grande que él para que se alimentara de su carne pero no fue así, en la profundidad en la que estaba y en la oscuridad en la que se encontraba ya no se veía vida por ningún lado, sintió sueño, cerró sus ojos y se dejó llevar por las pequeñas olas que había en ese instante hasta que ya no hubo más navegante.

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